El amor: otro tipo de economía

El sistema económico y la importancia del capital, la ley de la oferta y la demanda, son tan determinantes en la vida diaria actual que han llegado a inervar la mayoría de nuestras esferas vitales. Una de las más importantes son las relaciones afectivas y, por excelencia, la de pareja.

Cada vez más nos esforzamos por que nuestras relaciones sean igualitarias. Para ello, lo dado y lo recibido, los premios y los castigos, lo que ofrecemos y lo que demandamos debe ser equivalente.

También, cada vez dedicamos más tiempo en evaluar qué nos ofrece nuestra pareja (o las distintas parejas que hayamos tenido) para hacer una comparación lo más cuantitativa posible en todos los ámbitos (incluso en los menos objetivos). Por supuesto, también evaluamos lo que nosotros ofrecemos.

De este modo, pretendemos que inversiones y cobros sean equivalentes. Aquí surge el problema: no todo tiene el mismo precio, no todo el mundo está dispuesto a ofrecer o recibir lo mismo, no todo cuesta lo mismo para todos…y, lo más importante, no todo tiene el mismo valor para todo el mundo.

Lo que para ti exige esfuerzo, no tiene por qué suponerlo para el otro. Lo que para ti es muy preciado, no tiene porqué serlo para el otro. Lo que para ti es imprescindible, lo que es despreciable, lo que obvias, lo que anhelas…no tiene nada que ver, necesariamente, con las opiniones ni de los demás, ni mucho menos de tu pareja.

Si esto sucede así, ¿qué ocurre con nuestro sistema económico personal? Evidentemente, se desmorona. Los problemas pueden surgir desde cuatro costados: cuando lo que el otro nos ofrece no nos resulta suficiente, cuando el otro demanda “algo” más, cuando consideramos que estamos dando más de lo que recibimos y cuando se nos critica lo poco que aportamos.

Quizás este planteamiento nos suene lejano o quizás nos neguemos a reconocer que podamos tener un comportamiento tan “capitalista”, pero la realidad de muchas parejas hoy por hoy así es. Por supuesto, este fenómeno resulta imposible en aquellas sociedades (antiguas o actuales) en las que el hombre impera por encima de la mujer.  De hecho, ésta es una de las pocas aportaciones de esta economía en la pareja; la demostración de que hombres y mujeres (si de relaciones heterosexuales estamos hablando) poseen el mismo poder (aunque no omito a las parejas homosexuales en este sistema relacional).

Entonces, ¿qué sucede con el placer de regalar, de ver como el otro disfruta, de ofrecerse sin esperar nada a cambio? ¿Y con el altruismo? La ausencia de reciprocidad, casi en la mayoría de las cosas que hacemos por y para los demás, nos descoloca porque es un principio básico de las relaciones sociales. Aún así, y no sin esfuerzo, no queda más remedio que aceptar éstas desigualdades e intentar superarlas para que nuestra vida en pareja sea mucho mejor.

 

Post publicado previamente en www.elimportuno.com

 

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